JENNY
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Secuestro...


Hecho un par de monedas al parquímetro y se alejó entre las calles. No tardarían mucho en darse cuenta que el auto estaba abandonado. Es cierto, su amistad con el vampiro lo había hecho involucrarse, pero había algo más, Ángel siempre aborreció su mediocre vida y soñaba con marcharse algún día de ese pueblo deprimente. Le gustaba el poder, quería dinero, y esa era la forma más sencilla de conseguirlos. El sudor por momentos le nublaba la mirada. Era su primer secuestro pero el conflicto en su alma se desvanecía rápidamente sin dejar rastros de pesadumbre. Caminó por veinte minutos entre las calles húmedas y abordó un taxi. Enrique Lara le había prometido llevarlo a Nueva York en unos meses y no podía dejar de pensar en eso. Era la única razón de su permanencia en el negocio. La brisa de la noche enfriaba sus mejillas y mientras miraba por la ventanilla sólo pensaba en que pronto todo terminaría.
Al llegar a la vecindad sintió una soledad profunda, una frialdad invadió su cuerpo y una punzada en el ombligo estuvo a punto de doblarlo de dolor. Caminó por el largo pasillo húmedo y lleno de plantas en el que alguna vez jugó con los vecinos cuando era un escuincle. Caminó unos metros y se detuvo frente a la ventana de Laura. Quiso llorar al sentirse impotente. El gran amor de su vida. Le había propuesto matrimonio un año antes, y poco después la mataron. La corrupción permitió que el crimen quedara impune y él juró venganza, la cual consumó poco después. En el fondo del corredor halló unas viejas escaleras metálicas. Subió a la azotea sigilosamente y entró al viejo cuarto donde los vecinos almacenaban algunos trebejos. Nadie iba ahí y en esos días en la vecindad había quedado prácticamente sola, así que no se habían percatado de la presencia de David. Ya en la habitación encendió un cigarrillo y sacó del bolsillo de su chamarra un gansito y un frutsi. Le quito de la cabeza la capucha, con fuerza jaló la cinta adhesiva que tenía en la boca y le obligó a comer.
David tenía quince años. A pesar de su juventud era un muchacho inteligente y maduro. Quiso preguntar varias veces por qué lo tenían encerrado en ese lugar y la respuesta siempre eran golpes. La violencia y miedo a sus raptores no le permitía dormir. Pasaba las noches enteras mirando por un boquete del techo las estrellas del cielo y pensaba en la grandeza del universo. Anhelaba su libertad. En ocasiones veía algún reflejo del exterior en un cristal que parecía ser parte de la escafandra de un buzo. Había tantos objetos ahí que solía pasar horas imaginando a quién perteneció cada uno. Sesenta y tres días tenía en ese lugar, se había bañado tres veces y en una ocasión le habían dejado salir al sol.
Esa noche Ángel llevo también una botella de ron e invitó una copa a David. Era el único de sus raptores que quedaba vivo. El calavera y el vagabundo habían muerto dos días antes en un tiroteo. Nunca pensó en esta vicisitud, así que cobraría el rescate y lo más pronto posible estaría camino al extranjero.
Por primera vez se dirigió a David, le dijo que pronto estaría con su familia, que pensara en su encuentro. Con voz pausada y serena le dijo: Cierra los ojos e imagina el momento más feliz de tu vida. David obedeció y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. Ángel se paró frente a él, sacó un revólver de entre sus ropas y le preguntó si era feliz. – Sí, lo soy, respondía David, pero su respuesta no pudo escucharse. El disparo lo hizo pensar lo peor y cuando por fin volvió en sí y logro quitare la venda de los ojos pudo mirarlo… Su mejor amigo yacía en el suelo.



Agosto 18, 2009.




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