Nos miramos unos a otros mientras esperamos en el andén el próximo arribo. Rostros tristes, cansados, irritados, serios, rostros de aguardo y expectación, esos son los rostros que nos rodean. Están hartos. Nosotros sólo miramos. Les sobra la indignación del día a día y siguen ahí invariablemente. Siempre con la desesperación ante la mañana perdida o la tarde malgastada. Inmóviles en el andén de alguna estación X situada entre la felicidad y la desdicha. Nosotros también esperamos y escuchamos a los que esperan impacientes que su destino llegue, maldiciendo en voz baja mientras piensan en mil cosas al mismo tiempo.
Nosotros durante la espera reflexionamos sobre nuestras decisiones más importantes y en ocasiones las compartimos, repasamos las actividades del día, o simplemente soñamos despiertos. Algunas veces aguardamos respuestas firmes que se demoran cada vez más y, que en ocasiones, llegan cuando nuestras esperanzas se han ido en el tren anterior. Esperamos, damos tiempo suficiente a la ansiedad y pasa el tiempo.
Y cuando por fin arriba la suerte, algunos la desprecian, la confunden y la dejan pasar una vez más. Siempre quieren algo mejor, son más un pobre diablo apretujado entre la multitud, merecen su espacio y permaneces plantados en el mismo lugar evitando que otros alcancen la dicha de abordar.
Seguimos ahí. Mientras soñamos de pie la gente que pasa a nuestro lado nos empuja. Poco a poco llegamos al filo del abismo y miramos su imponente profundidad. Nos resistimos entonces, pero la multitud a nuestras espaldas nos obliga a rebasar la línea. ¿Qué pasaría si uno de nosotros cayera? Es algo que siempre nos preguntamos… Talvez les jodería un rato la vida a los otros, pero que más da si esperan otro rato… Sin embargo, todos retrocedemos de manera instintiva, si vamos a morir no queremos que sea ahí y menos trágicamente.
Después de un tiempo descubrimos que la eternidad dura tres minutos, lo hemos comprobado mientras continuamos escuchando injurias. Por fin llega nuestro tren. Posados ya en el grado último de la impaciencia todos se arremolinan frente alas puertas. Algunos nos embisten. Se arrojan sin temor y son capaces de dañar por un lugar. Aplastan, atropellan, pisotean, someten. Y cuando por fin están arriba, se acomodan y dormitan tranquilamente como soberanos dueños de un asiento que han ganado vilmente.
Nosotros los que permanecemos de pie siempre respiramos profundo y miramos alrededor. No era lo que queríamos pero no podemos perder más tiempo. Comenzamos ahora una espera nueva. Ya llegara el momento en el que alguien se levante y nos herede su lugar. Muchas veces no sucede. Anhelamos entonces que no ocurra algún infortunio que nos detenga en un túnel. Y mientras avanzamos comenzamos a cavilar otra vez.
Estamos acostumbrados a meditar en estas situaciones, aunque ya no como antes, ahora la mayoría evade la realidad con sus audífonos en los oídos. Nosotros no, para nosotros la espera no es derroche, es anhelo, ánimo, certeza, confianza, ilusión, paciencia, optimismo, tranquilidad y talvez la seguridad de la buena fortuna.
Agosto 27, 2008.
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