Dios creo al hombre del polvo de la tierra, le dio vida y lo puso en edén. El hombre recostado sobre la hierba fresca abrió poco a poco los ojos cuando sintió el calorcito del sol sobre su piel. Apenas pudo mantenerlos abiertos, se sintió aterrado, la situación le resultó absolutamente extraña. Abría y cerraba los ojos intentando ver algo, pero dejó de hacerlo porque la luz que brillaba en lo alto lo cegaba.
Tendido en el suelo, tal como Dios lo dejó, percibió a lo lejos el sonido de una fresca cascada, las aves que trinaban y el murmullo de los demás animales. Su cuerpo se estremecía ante todo aquello que le resultaba insólito. Lo único que lo calmaba era la caricia del aire fresco que rozaba su rostro. Una eternidad permaneció el hombre tendido en la hierba sin abrir los ojos. Algunos animales lo observaban, jugueteaban junto a él, lo olfateaban. Pero el hombre no quería abrir los ojos porque el sol lo deslumbraba.
Un día Dios reconoció que había sido demasiado indiferente con el hombre, y le dijo: Hombre… ¿Cuánto tiempo te quedaras ahí?... Éste no respondió, se quedo ahí inmóvil, se preguntó si era a él a quien se dirigían, pero pronto se convenció de que no. Dios intentó llamar su atención con un poco de lluvia, una ventisca ligera que arrancara unas cuantas hojas de los árboles, una leve sacudida a la tierra, pero nada lo perturbaba. Aburrido de que el hombre no le hiciera caso, intentó buscar una solución. De pronto se dio cuenta de que el hombre se había roto. Bajó al jardín, tomó el pedazo que se había caído del costado del hombre y reflexionó largo rato.
Estaba cansado de crear. Deseaba que el hombre pudiera suplirlo en algunas de sus tareas. Pero era inútil, es decir, imposible que éste lo obedeciera. Se acercó una vez más y lo miró con profunda lástima. No podía prescindir del hombre porque era su hijo, su creación, así que decido crear a otro ser que lo guiara hasta que pudiera valerse por sí mismo. En aquel pedazo de hombre que tenía en su mano derecha, colocó además un trocito de corazón, sangre, hueso y un pedacito alma. Aquello que había quedado intacto en el ser del hombre y que era lo mejor que en él existía.
Dios se arrodilló bajo el sol, pulverizó esos extractos del ser humano y los mezcló con otros elementos. Se concentro totalmente, y después de respirar profundo, dispersó con su aliento el polvo que tenía en sus manos, éste voló en el aire y con un delicado remolino formó entonces a la mujer. Cuando su creación estuvo terminada Dios la observo atónito, hechizado, no pudo evitar rozar con sus dedos aquel cuerpo desnudo. Lo contempló largo rato. Quiso poseerlo, pero la mujer lo rechazó. Dios estuvo a punto de echarle en cara que era su creador, pero la mujer lo expulsó del edén condenándolo a vivir en el cielo para toda la eternidad. Dios no se atrevería a quebrantar el libre albedrío. La voluntad de la mujer no era pertenecerle a él.
Eva fue el nombre que la mujer eligió para sí y nombró Adán al hombre. Lo tomó de la mano y lo hizo incorporarse. Por fin Adán abrió los ojos y la miró, se sentía seguro con ella. Se miraron fijamente, lo suficiente para conocerse, saberse distintos y darse cuenta que se complementaban. Sin temor alguno Eva tomó a Adán y le hizo el amor frente a Dios que miraba desde lo alto. Se consumo el destino, serian marcados para la eternidad y Dios se aseguraría de ello. Pero eso no importaba, se entregaron una vez más y cuando al fin terminaron no pudieron evitar reírse jubilosamente mientras miraban el oscuro firmamento lleno de estrellas blancas que no eran más que pequeños agujeros que Dios había hecho en el infinito para poder espiarlos.
Agosto 25, 2008.
Eva fue el nombre que la mujer eligió para sí y nombró Adán al hombre. Lo tomó de la mano y lo hizo incorporarse. Por fin Adán abrió los ojos y la miró, se sentía seguro con ella. Se miraron fijamente, lo suficiente para conocerse, saberse distintos y darse cuenta que se complementaban. Sin temor alguno Eva tomó a Adán y le hizo el amor frente a Dios que miraba desde lo alto. Se consumo el destino, serian marcados para la eternidad y Dios se aseguraría de ello. Pero eso no importaba, se entregaron una vez más y cuando al fin terminaron no pudieron evitar reírse jubilosamente mientras miraban el oscuro firmamento lleno de estrellas blancas que no eran más que pequeños agujeros que Dios había hecho en el infinito para poder espiarlos.
Agosto 25, 2008.
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